domingo, 26 de abril de 2009

A orillas de mi río

A la memoria de don sixto


La filosofía según yo creo, solo aventurando una vaga hipótesis trasnochada es el conjunto de saberes y conocimientos, normas, tradiciones y crecías que afectan y condicionan nuestro comportamiento tanto personal como social. La falta de una filosofía, tanto a nivel personal como social, provoca que no tengamos un hilo conductor en nuestras acciones, por lo tanto también estemos carentes de futuro y progreso. La falta de una filosofía hace que este mundo sea cada vez más vulnerable al fenómeno de la globalización. La filosofía como la aprendí en la secundaria era el amor al conocimiento, (filo: amor, Sofía: conocimiento). A mi modo de ver tener una filosofía edifica nuestra personalidad y sumado a todo aquello que acarreamos de manera hereditaria escribe nuestra propia historia y determina nuestras elecciones. El amor por el conocimiento nos hace libres. La libertad y la filosofía están fuertemente emparentadas. La principal arma delante de cual caen doblegados pueblos, naciones y personas es la falta de conocimiento. Es muy importante que las decisiones de nuestra vida estén tomadas a luz de una filosofía coherente a todos los momentos de nuestra misma vida. Debemos evitar caer preso del cauce de un pensamiento masificante y hacer pesar al individuo. Una filosofía masificadora está dirigida firmemente a que todos pensemos y obremos de una misma manera, de esa forma seamos manejables y predecibles. Es, en la actualidad, la filosofía que conduce toda la política Argentina. El enaltecimiento de una filosofía personal hace que tengamos para ofrecer nuestro ser para componer una sociedad. El hecho de que no pensemos igual no significa que al final no persigamos las mismas metas. Nuestra filosofía de vida nos hace ser quienes somos como personas. Nunca abandonemos esta conducta por más fáciles o tentadores que resulten los otros caminos. En la diversidad de opiniones radica la sabiduría. Las distintas filosofías que hemos tenido en el transcurso de nuestra historia han dado lugar al nacimiento de diversas culturas. Mantengamos una postura con aplomo y seguridad iluminada por nuestra filosofía. Con el paso de los años hemos de rendir cuentas de ello ante nuestra conciencia en vida, antes dios cuando hayamos partido.

No deja el ser humano tanto de espantarme como de maravillarme. Cada uno de nosotros presos del cautivante vicio de la posteridad nos adentramos a creer que tenemos un destino promisorio. El destino compartido por toda la humanidad es que un día dejaremos de existir, moriremos. Lejos de esta irrefutable verdad de causarme miedo más me pone en alerta, despierta la inquietud de saber quién soy. Cada vez tiene más peso la pregunta de quién soy. He tratado de responder muchas veces esta incógnita a través de mi ser social, de quien soy en la sociedad en que vivo. Muchas veces me he preguntado: ¿quiénes somos? tratando de dilucidar este enigma. No encontrado una respuesta que me satisfaga, así y todo, el haberme interpelado tuvo efectos colaterales. Con esto trato de decir que a medida que en estos últimos años me he preguntado quien soy he obtenido una sola certeza: “quien no soy”.

Me he dado cuenta que no soy superficial mas no sé si soy lo suficientemente profundo. No soy vanidoso y egocéntrico pero no me siento una persona modesta. No soy permisivo con la injusticia, me indigna profundamente mas creo que muchas veces peco de indiferente o no soy lo bastantemente enérgico para repelerla. No soy una persona vaga o perezosa, muchas veces me sorprende la voluntad y empeño que pongo en un emprendimiento aunque muchas más veces dudo que dicha fuerza tenga origen en mi corazón o me corresponda algún merito por ella, sigo creyendo que esa fuerza parte de la fe que tienen las personas en uno. No soy una persona para nada pesimista, creo en la autenticidad de los esfuerzos mas allá de que estos obtengan resultados positivos pero muchas veces caigo presa del desanimo. No soy una persona curiosa mas estoy en una constante búsqueda sin ni siquiera saber que busco. Dentro de las pocas cosas que pude discernir que soy está la de ser músico. En mi esta característica es inevitable, no podría hacer algo mas en esta vida que no estuviera relacionado con el arte, con la música. Desde los trece años que estoy todos los días aprendiendo a hablar este idioma, a moverme con soltura en este lenguaje.
Todo esto se manifestó como lo hacen los pensamientos, en forma abrupta y sin motivos ni causas aparentes. En unas de estas hermosas noches de otoño por otras circunstancias llegue hasta la orilla del rio de mi pueblo en busca de unos minutos de paz que, evidentemente allí encontré. Como cuando era joven la naturaleza seguía esperándome allí para liberar mi mente de pensamientos espurios, cotidianos, viciados de rutina y brindarle a mi alma un solaz para recrearse. Entre canción y canción las musas me interpelaban. Había cambiado mucho el paisaje pero no era lo único. Ya no estaban mis primeros amigos alrededor de una fogata, ni los mates, ni los cigarrillos, ni la botella de licor, mucho menos aun la guitarra. Me di cuenta con tristeza que soy el único que todavía anhela estos fogones a la orilla del rio. Allí estaba guitarreando, solo o por menos es lo que yo creía. Vi a los fantasmas de todos los que allí estuvimos un día todavía merodeando las orillas del rio pero solo hubo uno que me miro particularmente con una mirada sostenida mas no le pude reconocer. Al llegar a casa tome mi álbum de fotos y trate de encontrarlo. Finalmente supe quien era, era yo solo que con algunos sueños de más.

el chunkano

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miércoles, 22 de abril de 2009

La mirada de un niño


Una sola imagen me llega cuando estoy solo, mi niñez. Dicen que a medida que crecemos vamos de regreso hacia esa forma que teníamos de ver las cosas cuando niños. Un beso era afecto, un abrazo la emoción del encuentro, las palabras expresaban nuestros sentires pero más decían nuestros silencios. Esos instantes eternos de picardía contenida y de miradas cómplices. Cuanta risa sostenida en esos lapsos de tiempo y como nos dábamos el lujo de desperdiciarla, la dejábamos en cualquier lado, no nos importaba donde ni a quién. Solo sabíamos que no podíamos llegar a la noche con una sola sonrisa en nuestro haber, que si nos guardábamos tan solo una los duendes del sueño no se harían presentes. Debíamos dejar hasta nuestra última gota de energía desperdigada en la plazoleta del barrio, en la casa de algún amigo, en la canchita jugando a la pelota. Juguetes de cartón, de chapa, de madera, de plástico, de viento, de agua, de ganas. Una rama era un tesoro que adquiría valor solo cuando nuestra voraz imaginación la ponía en nuestras manos con la forma de la justiciera espada de “el zorro”. Los días y las noches solo eso eran. Cualquier empresa era realizable, cualquier emprendimiento factible, cualquier utópica aventura tenia altas probabilidades de concreción y no había realidad que nos hiciera menguar nuestra fe, nuestra esperanza, nuestro credo. Todo aquello en lo que creíamos no solo era posible sino que existía de una manera patente e irrefutable. Éramos realmente sabios porque intuíamos lo imprescindible, lo vital, aquello que necesitábamos. La vida desbordaba por todos sus costados su inapelable simpleza. No guardábamos, no acumulábamos, no ahorrábamos, no éramos precavidos. Cuando el dolor nos llevaba por delante y nos dejaba los ojos rojos de lágrimas, lo llorábamos todo sin guardarnos nada. Cuando el amor se hacía presente lo abrazábamos todo, hasta su último suspiro. El amor de nuestra madre en una taza de leche lo tomábamos con sorbos cortitos para no quemarnos, para disfrutarlo. El amor de nuestro padre lo leímos junto con él, acurrucados en sus brazos. Donde un libro de cuentos, con símbolos que solo él entendía, nos contaba alguna historia de la cual seguro, en algunos momentos éramos parte. El amor de nuestro primer beso cuando niños. La muerte nos era lejana no por inevitable sino por nuestro saludable berretín de vivir el presente. ¿Qué diría ese niño que jugaba con barro de nuestro inmaculado presente? ¿Nos reconocería? ¿Sabría que aun somos nosotros debajo de esta espesa capa de madurez, de sensatez?Trato de tomar prestado de a ratos la mirada que tenía del mundo cuando niño, para poder entender un poco la vida y lo mucho que nunca llegare a comprender, aceptarlo. Cuando niños se nos dice que el mundo es blanco o negro pero cuando crecemos se nos atrofia nuestro discernimiento y todo se vuelve gris. El niño que llevo dentro me grita en la cara que lo único gris que ve soy yo, somos nosotros, somos los mayores, los adultos, los inteligentes. En un mundo que se piensa con el corazón y se siente con el bolsillo no me extraña el predominio de los grises.
La gran paradoja de nuestro destino: continuamos vivos a pesar de saber que un día dejaremos de existir. Por supuesto que no nos resignamos a ello y alimentamos al individuo con el embriagador elixir de la posteridad. Día a día nuestra conciencia inventa nuevas maneras de distraernos. Todo vale a la hora de hacerle frente a nuestra hora final y cubrir nuestro frágil ser con un manto de inmortalidad. Creamos cultos y religiones, nos hacemos tanto lifting carnales como morales, enterramos toda nuestra humanidad en aras del progreso, nos figuramos viviendo siempre futuros mejores que nuestro presente o peor aún, vivimos en el pasado esperando el momento en que todo cambie. Trabajos agobiantes, rutinas adormecedoras, discusiones y reflexiones ausentes de propósito. Hace tiempo asumí la muerte como una parte muy importante y trascendente de mi vida. Hace tiempo que comprendí que la muerte no es un final solo nos trasformamos. Lo mismo que cuando nacimos, transformamos materia y formamos un ser. Creo que el futuro es el presente, que somos todos sobrevivientes del tiempo que nos queda por vivir. No creo en una existencia de nuestro ser como persona posterior a la muerte. Creo en la transformación, creo que en algún momento volveremos a ser polvo de las estrellas que abandonamos un día. Creo en la naturaleza porque veo todos los días en ella el esmero, la lucha de la vida por seguir viva. Veo el milagro en esa flor que nos regala su belleza porque su destino es florecer. Fuimos y somos eternos como el universo que formamos, somos su materia, su manifestación, su caos, materializamos su avasallador espíritu en la constante creación del ser humano. Cada vez que nombro a dios hago alusión a este espíritu, a esta llama que, no solo nos mantiene vivos sino que nos invita a comulgar con su movimiento. La certeza de estar vivos solo se equipara a la verdad de que somos parte de un todo. Ante tanta transformación de la materia: ¿Dónde queda nuestra alma, nuestro espíritu?Cuando fallecieron mis padres me refugie en la idea que en algún lugar del cielo ellos siguen existiendo tal y como eran aquí, eso me hizo mucho bien. La idea romántica de la vida después de la muerte sosegó mi tristeza. Después la idea de una tierra prometida empezó a esfumarse y llego la transformación. Entonces me pregunte qué fue de sus historias de vida, sus sentimientos, de su alma, su espíritu, sus luchas, sus dolores, sus recuerdos, sus sueños, donde fueron a parar, para que tanto empecinamiento en seguir vivos, porque hacer un último esfuerzo si todo venia de la nada e iba hacia la nada. Hoy se que sus historias de vida, sus sentimientos, de su alma, su espíritu, sus luchas, sus dolores, sus recuerdos, sus sueños siguen vivos en mi. Ellos como yo supieron guardar las mismas vivencias de sus padres, como sus padres las de sus ancestros. Hoy se que allí radica la inmortalidad, lo eterno del ser humano. La inmortalidad, lo eterno del ser humano no está en el cielo, está en la tierra, más exactamente esta en nuestros corazones. Mis padres, al resguardo de todo olvido siguen vivos en mis recuerdos a la luz de mi amor por ellos. Si mi conciencia es el juez de mis actos ellos son el jurado. El alma sigue siendo el impostergable capricho con que burlamos por momentos al tiempo. Las cosas, a medida que envejezco, gracias a dios, empiezan a ser blancas y negras como cuando niño….. Jorge

el chunkano

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domingo, 19 de abril de 2009