miércoles, 22 de abril de 2009

La mirada de un niño


Una sola imagen me llega cuando estoy solo, mi niñez. Dicen que a medida que crecemos vamos de regreso hacia esa forma que teníamos de ver las cosas cuando niños. Un beso era afecto, un abrazo la emoción del encuentro, las palabras expresaban nuestros sentires pero más decían nuestros silencios. Esos instantes eternos de picardía contenida y de miradas cómplices. Cuanta risa sostenida en esos lapsos de tiempo y como nos dábamos el lujo de desperdiciarla, la dejábamos en cualquier lado, no nos importaba donde ni a quién. Solo sabíamos que no podíamos llegar a la noche con una sola sonrisa en nuestro haber, que si nos guardábamos tan solo una los duendes del sueño no se harían presentes. Debíamos dejar hasta nuestra última gota de energía desperdigada en la plazoleta del barrio, en la casa de algún amigo, en la canchita jugando a la pelota. Juguetes de cartón, de chapa, de madera, de plástico, de viento, de agua, de ganas. Una rama era un tesoro que adquiría valor solo cuando nuestra voraz imaginación la ponía en nuestras manos con la forma de la justiciera espada de “el zorro”. Los días y las noches solo eso eran. Cualquier empresa era realizable, cualquier emprendimiento factible, cualquier utópica aventura tenia altas probabilidades de concreción y no había realidad que nos hiciera menguar nuestra fe, nuestra esperanza, nuestro credo. Todo aquello en lo que creíamos no solo era posible sino que existía de una manera patente e irrefutable. Éramos realmente sabios porque intuíamos lo imprescindible, lo vital, aquello que necesitábamos. La vida desbordaba por todos sus costados su inapelable simpleza. No guardábamos, no acumulábamos, no ahorrábamos, no éramos precavidos. Cuando el dolor nos llevaba por delante y nos dejaba los ojos rojos de lágrimas, lo llorábamos todo sin guardarnos nada. Cuando el amor se hacía presente lo abrazábamos todo, hasta su último suspiro. El amor de nuestra madre en una taza de leche lo tomábamos con sorbos cortitos para no quemarnos, para disfrutarlo. El amor de nuestro padre lo leímos junto con él, acurrucados en sus brazos. Donde un libro de cuentos, con símbolos que solo él entendía, nos contaba alguna historia de la cual seguro, en algunos momentos éramos parte. El amor de nuestro primer beso cuando niños. La muerte nos era lejana no por inevitable sino por nuestro saludable berretín de vivir el presente. ¿Qué diría ese niño que jugaba con barro de nuestro inmaculado presente? ¿Nos reconocería? ¿Sabría que aun somos nosotros debajo de esta espesa capa de madurez, de sensatez?Trato de tomar prestado de a ratos la mirada que tenía del mundo cuando niño, para poder entender un poco la vida y lo mucho que nunca llegare a comprender, aceptarlo. Cuando niños se nos dice que el mundo es blanco o negro pero cuando crecemos se nos atrofia nuestro discernimiento y todo se vuelve gris. El niño que llevo dentro me grita en la cara que lo único gris que ve soy yo, somos nosotros, somos los mayores, los adultos, los inteligentes. En un mundo que se piensa con el corazón y se siente con el bolsillo no me extraña el predominio de los grises.
La gran paradoja de nuestro destino: continuamos vivos a pesar de saber que un día dejaremos de existir. Por supuesto que no nos resignamos a ello y alimentamos al individuo con el embriagador elixir de la posteridad. Día a día nuestra conciencia inventa nuevas maneras de distraernos. Todo vale a la hora de hacerle frente a nuestra hora final y cubrir nuestro frágil ser con un manto de inmortalidad. Creamos cultos y religiones, nos hacemos tanto lifting carnales como morales, enterramos toda nuestra humanidad en aras del progreso, nos figuramos viviendo siempre futuros mejores que nuestro presente o peor aún, vivimos en el pasado esperando el momento en que todo cambie. Trabajos agobiantes, rutinas adormecedoras, discusiones y reflexiones ausentes de propósito. Hace tiempo asumí la muerte como una parte muy importante y trascendente de mi vida. Hace tiempo que comprendí que la muerte no es un final solo nos trasformamos. Lo mismo que cuando nacimos, transformamos materia y formamos un ser. Creo que el futuro es el presente, que somos todos sobrevivientes del tiempo que nos queda por vivir. No creo en una existencia de nuestro ser como persona posterior a la muerte. Creo en la transformación, creo que en algún momento volveremos a ser polvo de las estrellas que abandonamos un día. Creo en la naturaleza porque veo todos los días en ella el esmero, la lucha de la vida por seguir viva. Veo el milagro en esa flor que nos regala su belleza porque su destino es florecer. Fuimos y somos eternos como el universo que formamos, somos su materia, su manifestación, su caos, materializamos su avasallador espíritu en la constante creación del ser humano. Cada vez que nombro a dios hago alusión a este espíritu, a esta llama que, no solo nos mantiene vivos sino que nos invita a comulgar con su movimiento. La certeza de estar vivos solo se equipara a la verdad de que somos parte de un todo. Ante tanta transformación de la materia: ¿Dónde queda nuestra alma, nuestro espíritu?Cuando fallecieron mis padres me refugie en la idea que en algún lugar del cielo ellos siguen existiendo tal y como eran aquí, eso me hizo mucho bien. La idea romántica de la vida después de la muerte sosegó mi tristeza. Después la idea de una tierra prometida empezó a esfumarse y llego la transformación. Entonces me pregunte qué fue de sus historias de vida, sus sentimientos, de su alma, su espíritu, sus luchas, sus dolores, sus recuerdos, sus sueños, donde fueron a parar, para que tanto empecinamiento en seguir vivos, porque hacer un último esfuerzo si todo venia de la nada e iba hacia la nada. Hoy se que sus historias de vida, sus sentimientos, de su alma, su espíritu, sus luchas, sus dolores, sus recuerdos, sus sueños siguen vivos en mi. Ellos como yo supieron guardar las mismas vivencias de sus padres, como sus padres las de sus ancestros. Hoy se que allí radica la inmortalidad, lo eterno del ser humano. La inmortalidad, lo eterno del ser humano no está en el cielo, está en la tierra, más exactamente esta en nuestros corazones. Mis padres, al resguardo de todo olvido siguen vivos en mis recuerdos a la luz de mi amor por ellos. Si mi conciencia es el juez de mis actos ellos son el jurado. El alma sigue siendo el impostergable capricho con que burlamos por momentos al tiempo. Las cosas, a medida que envejezco, gracias a dios, empiezan a ser blancas y negras como cuando niño….. Jorge

el chunkano

1 comentario:

Recursos para tu blog - Ferip - dijo...

Leí todo.
Una búsqueda perpetua, hasta acallar el alma con respuestas. Algunas, casi posibles. Otras, nos tendrán en las penumbras. Donde no hay miedo, como frente a ese momento inconfundible e inevitable del sueño.
Y del descanso.

Entregando lo que queda de fuerzas, de razonamientos, de nuestras diarias historias.

Si me encontrase con mi niña, las abrazaría y le hablaría mucho. Para que sepa que no está sola.
Y la acompañaría de la mano, cuando las palabras ya no sean necesarias.

"Todo aquello en lo que creíamos no solo era posible sino que existía de una manera patente e irrefutable. "

Abrazo para tu niño de parte de otra niña.