martes, 18 de noviembre de 2008

Mi viejo, mi vieja y yo



Ya ha pasado casi un mes del fallecimiento de mi madre. Junto con el de mi padre son esos lutos que uno lleva toda la vida. El día de su partida me preguntaban como estaba, que sentía y tantas preguntas más de esa misma índole. Luego de contestar durante toda la noche que estaba bien mi conciencia me reclamo una respuesta un poco más profunda. ¿Realmente estaba bien? Al día siguiente respondí que este momento eran uno de los momentos más felices de mi vida teñidos de una inconmensurable tristeza. Es que siempre crei que la felicidad no significaba solamente alegria. Uno de los íconos de la felicidad podía ser una sonrisa pero tambien podía ser retratada con una lágrima ¿Cómo no estar feliz de que su sufrimiento haya terminado? Durante todo el tiempo que duro su padecer, casi veinte años, sufrió más que la enfermedad. Sufrió el abandono, la indiferencia, la soledad en un grado tan alto que no encuentro palabras para contarlo. Ni amigos ni parientes quisieron verla. Paso sus últimos veinte años hablando con mi viejo y conmigo. Son en estos momentos aciagos en que pongo en duda la existencia de algún dios, la existencia de la justicia y del merecimiento de estar vivos que tenemos como raza. Por eso quiero que no se me tome como un hereje si digo que el fallecimiento de mi vieja me hizo feliz. Esa mañana de domingo sepultamos mucho más que su aguerrido cuerpo. Sepultamos su dolor, su soledad, su incomprensión de porque ninguno de sus parientes y amigos no tuvieron unos minutos para verla en veinte años. Sepultamos también mi odio tan acérrimo hacia todos ellos. Se puede decir que ella y mi padre me liberaron a través de su amor de todas las maneras posibles en que se puede liberar a un hijo. Me liberaron de la miseria cuando mis padres biológicos me desecharon, me liberaron de todos esos golpes que la vida tenia destinados para mí, me liberaron de no conocer el amor, me liberaron de las ausencias y finalmente mi madre se llevo con ella la profunda amargura que produce el odio en el corazón humano, ese odio que durante años había crecido en mi corazón por el abandono que sufrió de parte de amigos y parientes. Con ellos se fue toda la familia que yo tuve en este mundo. Igual que mi viejo, mi vieja era la mejor madre del mundo, de este y de otros tiempos. Tenía un carácter fuerte, enérgico y su fuerza de voluntad era una de sus grandes virtudes. Con decirles que la muerte fue tan cobarde que para llevársela tuvo que esperar a que estuviera dormida.




Como dije antes estoy feliz aunque con una tristeza que no me cabe en el cuerpo. Mis lazos con esta vida no fueron nunca de sangre ya que fui adoptado de pequeño. Por eso aprendí a forjar el amor como mis viejos sin depender de tales vínculos, es por ello que el día del fallecimiento de ambos allí estuvieron ellos, como siempre, mis amigos. A mis amigos les adeudo mucho más que gracias, tengo una deuda de esas que no se pagan ni en cien vidas.

De noche me tomo la licencia de imaginar que el tiempo no pasó, que yo sigo montado en un burro en alta gracia, que ellos me siguen cuidando como siempre, que mi viejo va entrar por la puerta con un juguete para mí y que mi vieja me va preparar esos tomates con orégano que, la verdad, nunca me gustaron.

el chunkano

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