sábado, 26 de julio de 2008

Las dos caras de una misma moneda


Esta es una reflexión inspirada por un oportuno comentario de feripula conjuntamente con una hermosa experiencia vivida en estos días.


Tengan por seguro que si recibiera tamaña suma de dinero sabría en que usarla. Con esto quiero hacer referencia a mi post anterior("Por un millón de dolares"). Como dice mi amiga feripula se podrían saciar necesidades primarias como lo son el vestido y el alimento de los sectores más afectados por el flagelo de la pobreza. Hoy me tope con una de las experiencias mas grandes de mi vida, empecé a hacer una labor solidaria en un barrio carenciado de mi ciudad. Esta gente tiene muchas necesidades básicas insatisfechas y estoy seguro que un dinero así les serviría para apalear aunque sea un poco tanta miseria. Aunque descubrí también que carecen de algo que es completamente gratis y que les podríamos brindar cuando queramos: nuestra atención. Reparar en la existencia de otra persona es una de las formas más bellas del amor, reconocernos y reconocer nuestras miserias en las de ellos como un espejo es una actitud que no solo enaltece el alma humana sino que muchas veces la salva, la redime. Con esto quiero decir que sus miserias hablan de nuestra indiferencia, hablan de nuestra falta de amor por la vida, hablan de un alma que elige estar ciega antes que dispuesta. Siempre sostuve que las personas que tuvimos la “suerte” de recibir una educación digna nos competen responsabilidades mayores que las que no la tuvieron. Mi amigo Guri me supo decir que el uso de las comillas era innecesario si la idea que expresada era lo suficientemente clara como para poder evitarlas y este no es mi caso. Por eso puse especial énfasis en la palabra suerte. Una vez me supieron decir que la miseria de la gente es directamente proporcional a su actitud de vida. Para decirlo con palabras mas sencillas me dijeron que pobre es el que quiere. En frases como esta se ve patente los síntomas que produce el capitalismo, nos pudre el cerebro hasta dejar nuestra conciencia hecha migajas. Produce la discriminación de aquellos que “no quieren” una cultura y un nivel de ingresos mayor. Espero que se haya entendido el sentido irónico de la oración anterior. Lo que no llegamos a entender con toda nuestra sapiencia es que nuestro mundo es nuestro cuerpo y que si se enferma el dedo gordo del pie se enferma todo el cuerpo. Dicho de otra manera: si la parte mas pobre de nuestra sociedad padece la indiferencia de la parte más afortunada la enfermedad sigue afectando a ambas, a la sociedad en su conjunto. La voracidad de estos tiempos nos ha llevado a buscar una salvación individual. El individualismo como tal es la marca más evidente de la globalización. De a poco se van borrando las fronteras, las idiosincrasias de los pueblos dejan de serlo y le dan paso a una manifestación individual. Creemos que el mejor legado que le podemos dejar a nuestros hijos, a nuestras generaciones venideras es un buen pasar económico, un techo y una buena educación pero sepan que eso es solo el principio a mi entender. Debemos dejarles también una conciencia de pueblo como la que tenían los aborígenes de nuestra tierra, los antiguos dueños de las flechas como decía Yupanqui. Debemos sabernos hermanos y comprender el sufrimiento del otro como nuestro. Debemos desterrar de nuestras almas el sentimiento nocivo de la resignación que nos hace lucubrar un futuro solo de algunos, por que aparte de tétrico es inverosímil.


Cuando llegue a “Promesas del norte” me encontré con una realidad que la sabía en conciencia más no en la piel. Promesas del norte es una pequeña biblioteca, un club de futbol que le da cabida a la niñez desdeñada de esos barrios más apartados en mi pueblo, un barrio de gente laburante y signado por la urgencia del alimento diario. Una labor de un grupo humano que sabe que las salvaciones no son individuales y que las promesas deben ser cumplidas, especialmente aquellas que atañen a los niños. El tiempo que se dispone para llevarlas a término es escueto como así también precioso. Me propusieron antes de que comenzara con mi pequeño taller de música, que si dios esta de mi lado llevare a cabo, que hiciéramos publicidad para que los niños asistan a lo que accedí por parecerme una buena idea en primera instancia. Cuando llegue al lugar me encontré con una pequeña edificación en medio de un descampado cohabitado por una canchita de futbol. Mire a mi alrededor y no había nadie y me sentí muy solo y me llegue a preguntar que era lo que hacia allí. Dos minutos pasaron cuando llego la respuesta de manos de dos hermanitos que se pararon en la puerta, como duendes salidos de cuentos, empezaron a preguntarme quien era yo con una desfachatez encantadora. En diez minutos me rodeaban veinte chicos reclamándome que les prestara atención por que ni siquiera sabían de mi proyecto de enseñarles algo de música. Allí comprendí mi ceguera. Si algún tipo de publicidad debíamos hacer no es para que los niños se lleguen hasta el lugar sino para que nosotros lo hagamos. Reclaman nuestra presencia, nuestra atención. De seguro si abrimos los ojos los veremos en los lugares más inimaginables esperándonos, llamándonos.




No soy un fanático anticapitalista pero se reconocer una enfermedad cuando la siento. Un sistema que propone entre sus dogmas la existencia de ganadores conlleva la existencia de perdedores. Los perdedores, los relegados por este sistema están allí, siguen allí, perfectamente enmarcados por el sistema por que las cosas son así y no voy a venir a querer cambiarlas yo, ¿no? Pero sepan una cosa, yo si quiero cambiar algo, quiero cambiar yo y mi entorno social. La justicia es una aspiración que requiere de acción y no solo se proclama. Si he decidido participar en esta empresa no es por que tenga cualidades humanas excelsas de las cuales vanagloriarme sino en defensa propia. Por favor busquen a la persona mas necesitada que tengan a su lado, extiéndele tu mano, ayúdenla, de seguro nos esta esperando y no esperemos que el problema desaparezca porque seria un suicidio por que el problema somos nosotros.


el chunkano

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lunes, 21 de julio de 2008

Por un millón de dolares

Días pasados me preguntaron qué haría si por un azar del destino, por buena fortuna o suerte, yo ganara en la lotería o en cualquier juego lúdico un millón de dólares (por decir una cifra). Mas allá de fantasear y bromear en el grupo de amigos en el que surgió esta pregunta, más allá de soñar las cosas fantásticas que realizaríamos con tamaña suma de dinero, dicha pregunta siguió en mi conciencia horas después cuando la soledad me dejaba escuchar todavía el eco de su incógnita entremezclada entre risas y sarcasmos: ¿Qué haría si ganara un millón de dólares?

Muy entrada la noche y lejos de mis amigos la pregunta adquirió cierta seriedad y le di la oportunidad de que obtuviera una respuesta más coherente. Me dije que me compraría una casa mejor pero después pensé que esta es la casa que construyo mi viejo con sus manos para mí, para que, como él deseaba, no me faltara nada y que si algún día la vendiera tendría que tener una razón muy fuerte para desprenderme de ella. Es más, me atrevo a decir que solo me desprendería de ella si esto significara que en otro lugar podría encontrar más felicidad que aquí, porque además de que no me faltara nada, mi viejo quería que fuera feliz. Así que descarte de plano la posibilidad de que si ganara ese dinero me compraría una casa.

También me dije que me compraría un auto para poder ir a donde quisiera, para poder conocer mi país o salir de vacaciones. Después pensé que en este momento de mi vida en realidad no necesito ir a más de veinte cuadras de mi casa, tengo dos bicicletas a falta de una y que si tengo que salir de viaje dispongo del transporte público para llegar a donde sea con la libertad extra de no salir y estar preocupado constantemente por el auto. Es que es bien sabido que mientras más bienes materiales tenemos más estamos atados a este mundo, a sus exigencias en pos de una seudo felicidad y a los cánones dictatoriales del capitalismo. No estoy en contra de que tengan un auto solo agradezco que no sea una necesidad para mí.

Después pensé en las mujeres que podría tener si tuviera esa cantidad de dinero y me di cuenta que a esta altura de mi vida no necesito la satisfacción que puede brindar el sexo por dinero y que el sexo no es nada si no lo tengo con aquella mujer que deba ser la compañera de mi vida. Después pensé en las fiestas interminables llenas de alcohol y buenos amigos hasta altas horas de la noche pero afortunadamente para eso el dinero que tenemos todos nosotros nos alcanza y sobra.

Después pensé si un millón de dólares podrían volver a la vida a Libio Nereo Zangrandi, un amigo mío de Mendoza que conocí en Merlo (San Luis) fallecido días pasados antes de que nos llamáramos por teléfono como era nuestra costumbre todos los veinte de julio. Pero que me di cuenta que ni mil millones alcanzarían para volverlo a la vida ni a él, ni a mi viejo ni a todo ser querido que fue apartando de mi lado. Lentamente entre a descubrir la inutilidad del dinero en lo que verdaderamente importa en la vida.

Todo intento que había realizado para justificar la tenencia de este dinero había fracasado así que decidí cambiar mi planteamiento y me pregunte que dejaría de hacer en mi vida si ganara un millón de dólares.

Empecé por plantearme si dejaría de lado mi vocación, la música. Descubrí que sencillamente seguiría dando clases de guitarra y bajo porque me gusta. Además del rédito económico que me representa es uno de mis motivos para vivir. Debo aceptar que acondicionaría un aula mejor para atender mejor a mis alumnos pero en esencia nada que un poco más de tiempo y perseverancia no me brinde. También me plantee si dejaría de hacer música en público y la respuesta fue que no porque hace mucho tiempo tuve la suerte de entender que la música es un idioma, es una forma de comunicarnos. Así que cualquier suma de dinero no va a aportar una nota a la música, ni una coma a las letras que tengo hace tiempo compuestas.

Hace poquito tiempo comencé una labor en “Promesas de norte”, un dispensario ubicado en las afueras del casco céntrico de nuestra ciudad donde espero satisfacer aunque sea una pequeña parte de las necesidades artísticas de estos niños excluidos del sistema por las reglas del capital. Por supuesto que no dejaría de hacer esta labor y debo reconocer que un poco de dinero no vendría mal, pero nada que no pueda llegar a nivel gubernamental si se tocan los hilos correctos.

También me pregunte si dejaría a mi madre y la internaría en un asilo o en un geriátrico y me di cuenta que no la dejaría sola nunca por que ella no me abandono. Ella, junto con mi amadísimo padre, me adoptaron, me eligieron y les aseguro que nadie estuvo tan tocado por dios, nadie tuvo tanta suerte como la tuve yo de que se interpusieran en mi vida. Es probable que contratara más tiempo a una señora que viene todos los días y charla con ella y le da la leche, tratando de suplir el vacío plagado de tremenda crueldad dejado por mis parientes maternos a los que solo dios podrá perdonar por tamaño pecado.


Todo intento que había realizado para justificar la tenencia de este dinero había fracasado. Me di cuenta que en mi vida estaba haciendo muchas cosas que me hacen feliz donde no se necesita la presencia del dinero (espero que no se me tilde de egoísta por no pensar en todo el bien que se puede hacer con una suma de dinero tan considerable, esto es solo un planteamiento que me sirvió a modo de obtener una reflexión personal). Pensé que me serviría para pagar mis deudas pero lo que yo le debo a la vida no se paga con dinero. Descubrí que el dinero no sirve para comprar vida, tiempo, salud, amor, fidelidad, amigos, paz y tantas otras cosas verdaderamente necesarias. Llegue a la conclusión de que sin excesivo dinero estoy haciendo la vida que siempre quise. Tengo amigos, trabajo y gracias a dios en lo que me gusta, mi madre está bien y lo irremediable de esta vida no se cambia con dinero. Tengo tambien un poco de penas y tristezas que me mantienen despierto y una soledad de la que nacen estos momentos. Me falta una compañera a mi lado, pero: ¿Qué sería de nuestra vida el día que no tengamos un sueño por alcanzar?


el chunkano

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