jueves, 21 de febrero de 2008

El amor de Pedro Antonio (cuento corto)

Entre tantos vicios que me doblegan uno de los mas poderosos, después de la música por así darle un orden, es él de escribir. En realidad todo lo que hago en mi vida tiende a la comunicación. No es que crea saber hacerlo sólo que no me puedo contener. Me anime con un cuento que describe el amor desde una perspectiva muy bonita. Espero que les guste. Está, por supuesto, dedicado a mi padre, fuente inspiradora de mi vida. Las imagenes son meramente ilustrativas.




El amor de Pedro Antonio


Así era el amor de Pedro Antonio. Bucólico, idílico, y hasta pastoril podríamos decir. Era tan profundo y abstraído que la respiración se le entrecortaba, no por la pasión sino por el olvido. Y es que Pedro Antonio, cuando pensaba en ella no se acordaba de respirar. Caminando por las calles de su pueblo, iba y venía sin saber por momentos si estaba yendo o viniendo. Cuando te miraba a los ojos su mirada te traspasaba; no por fuerte, no por adusta, si era poseedor de una dulzura incontrolable, si no por que siempre estaba mirando alguna estrella lejana. Dejaba en evidencia mi estupidez o mi ceguera, cuando me daba vuelta para ver lo que él veía, no veía nada. Pedro Antonio tenía esa envidiable cualidad de estar en dos lugares al mismo tiempo. Su existir se debatía entre el sueño y la realidad sin saber cual era cual. Es más, ni siquiera nosotros sabíamos cuándo dejaba de soñar, si es que dejaba de hacerlo.

Él nos supo contar que la musa inspiradora de su amor era una jardinera, cándida, jovial, sincera, franca pero no por ello ingenua. Se desvivía por sus plantas que ella las sentía suyas. Vivía en la casa con sus padres, así que tratar de encarar la empresa de su cortejo era algo preocupante y requería una planeación concienzuda. Cualquier acción podría ser declarada heroica tomando en cuenta que era hija única. Pero ninguno de estos escollos y vericuetos amedrentaban a nuestro Pedro Antonio. Decía que el buen camino no tenía que ser inexorablemente un camino libre de piedras. A pesar que la hidalguía de su postura era para ser considerada por lo menos para un puesto de prócer a posteridad, nosotros seguíamos dudando de su salud mental hoy. Es que nos contaba que el padre era un poco temperamental y había tenido un éxito rotundo cuando se trataba de espantar, por ser sutiles en la elección del término, a la manada lasciva, lujuriosa y carnal de coyotes hambrientos de sexo que conformaban el grupo de sus vapuleados pretendientes. Por lo menos esa era la imagen que el padre tenia de este ato ilegítimo de vagos y delincuentes que no tramaban otra cosa que llevarse a su hijita. Convengamos también que la belleza con la que había sido maldecida, según su padre, no le daba oportunidad a cuantito jovenzuelo anduviera suelto que caía irremediablemente preso de sus brujos encantos. Estos romeos improvisados, para no ser tildados de cobardes se veían en la obligación de aunque sea intentar poner a disposición su corazón, por ser sutiles en la elección del órgano, ante la tamaña hermosura con la que dios la había bendecido, según éstos.

Pero éste no era el caso de Pedro Antonio. Él ya había planeado todo. El ya había soñado todo y esto le daba un crédito extra a su quijoteada. Él ya había imaginado su casamiento, sus hijos y toda la felicidad que les estaba reservada. Todos los momentos difíciles ya tenían su antídoto en el pequeño manual que había escrito por años ¿Que distancia podía separar mi deseo del cuerpo de tan bella mujer? Se preguntaba. Para él la distancia parecía muy corta y estaba dispuesto a recorrerla. Su arrojo y su intrepidez no se le notaban a flor de piel, Sólo nos dábamos cuenta aquellos que poníamos especial atención en sus palabras. Era capaz de relatar los planes más disparatados con una seguridad que daba escalofríos.

Pero más escalofríos nos daban saber que todo era sólo un sueño. Sí, solo un sueño. Sabíamos que su jardinera no existía. Él decía que todo es nada más y nada menos que un sueño. Él estaba convencido de que existía, sólo que aún no la conocía. Sí, todo es un sueño nos decía. También nos decía que el mono se transformó en un ser humano, no cuando bajó de las ramas de un árbol y caminó erecto, sino cuando empezó a soñar que podía hacerlo. ¿Quién le podía negar que un sueño nos mantiene vivos? ¿Quién le podía discutir que realidad y fantasía comparten espacios distintos en un mismo plano? ¿Quién podía decirle que un sueño no es real? ¿Quién podía refutarle que nos seguiríamos balanceando de rama en rama si no nos hubiera despertado un sueño? Ese era el oficio de nuestro Pedro Antonio, él era soñador de profesión.

Profesión que todos los del pueblo nos ocupábamos de mantener viva junto con él, porque la rutina de nuestras vidas nos había cercenado la capacidad de soñar. Éramos un pueblo gris, iluminado por la desfachatez de nuestro Pedro Antonio. Su jardinera era sólo una musa a la que estuvo esperando toda su vida. Ojala que la encuentre. Por lo menos al tiempo en que yo termine de escribir esto todavía no la había hallado. Él ya la imaginaba antes de que tuviera un nombre. Todos anhelábamos su llegada y a la vez sentíamos miedo de que Pedro Antonio dejara de soñar después de su arribo. Él presentía que lo estaba buscando y se preparaba para recibirla con el más necesario de todos los abrazos, el del encuentro. En su corazón latía el más grande de todos los amores, el que nace de la esperanza, el que nace de la fe. Él la amaba antes de saber de su existencia. Él la amaba antes de saber dónde estaba. Él la amaba antes de la carne. Él la amaba en sus sueños, por que ¿qué somos, sino un sueño antes de ser?



A pesar de todo, nadie se animaba a contradecirlo, y muchísimo menos sentir lastima por él. Si hasta envidia le teníamos, por que, si se quiere, él siempre fue un hombre enamorado, y por más que ella todavía no llega: ¿quién puede negar el amor de pedro Antonio?




el chunkano

'vooolveeeer....con la frente marchita'

No hay comentarios: